La práctica de ejercicio físico mejora la condición cardiovascular y muscular, favorece la corrección
postural y evita un aumento excesivo de peso, lo que proporcionará a la embarazada una mejor condición física general y le permitirá enfrentarse al trabajo del embarazo y parto con menos riesgos.
Así mismo disminuyen las molestias digestivas y el estreñimiento, favorece el retorno venoso, aumenta el bienestar psicológico reduciendo la ansiedad, la depresión y el insomnio y crea hábitos de vida saludables. Mejora la tensión arterial y protege frente a la diabetes gestacional, pudiendo ser empleado como tratamiento alternativo que permitiría disminuir o incluso suprimir el uso de insulina. Acorta el tiempo de hospitalización postparto y reduce el número de cesáreas.
El nivel de adaptación al ejercicio físico previo al embarazo será un factor determinante en la tolerancia y posibilidades de realizar actividad física: a mayor adaptación aeróbica, mayor eficiencia cardiorrespiratoria y energética, mejor vascularización de los tejidos y mayor capacidad de eliminar calor.
La prescripción de ejercicio físico deberá ser individualizada y sometida a controles médicos
regulares. Se evitaran los ejercicios de equilibrios, con riesgo de caidas o traumatismo abdominal, la
posición estática durante tiempo prolongado, los cambios bruscos de posición por el riesgo de mareos o caidas y se restringirá maniobras de contención respitoria (Maniobra de Valsalva) pues reducen la oxigenación fetal.
Se utilizara ropa y calzado deportivo idóneo y cómodo. El ejercicio se llevara a cabo sobre superficies adecuadas que no resbalen (aquellas que reducen el impacto de la pisada: suelos de madera, alfombras, colchonetas etc.
Se aconseja beber líquido y comer de una forma suficiente y adecuada. Las necesidades calóricas
aumentan en la gestación 300 kilocalorías/día y a ellas hay que sumar las propias del ejercicio. La sed no es un buen indicador del grado de deshidratación y se instará a la gestante a beber antes, durante y después del ejercicio físico. El apetito y la sensación de hambre también pueden verse afectados por las hormonas del embarazo. Por ello, conviene una vigilancia estricta de la nutrición con un adecuado aporte de minerales, sobre todo hierro, calcio y suplementos vitamínicos.
Para una mayor información personal es conveniente consultar con el obstetra o la matrona que adaptará el ejercicio a cada caso particular.
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