Con estos términos se universaliza un concepto de una medicina cuyo control del gasto se hace necesario. El término no es muy apropiado pues puede dar lugar a error. No se trata de abaratar los costes sino de la utilización racional y profesional de los recursos sanitarios buscando obtener los mejores resultados en cuanto a la salud de los pacientes, beneficiarios del Sistema Nacional de Salud.
Se trata de adaptar esos recursos, limitados en los últimos tiempos, a las necesidades de los pacientes sin que quepa menoscabo alguno en su salud. Se trata de obtener un Sistema Nacional de Salud (SNS) solvente a través de la complicidad de los profesionales sanitarios que saben - los médicos saben "poco" de medicina pero son los que más saben - como asignar unos recursos recortados. En ocasiones, menos pruebas, intervenciones o prescripciones no están reñidas con una buena calidad asistencial.
La reasignación de los recursos sanitarios estableciendo unos límites racionales en la geografía nacional dejándose de criterios políticos, y la eliminación de pruebas diagnósticas de dudosa funcionalidad, se consideran fundamentales para llevar a cabo una medicina de bajo coste. Pero esto no será posible mientras los criterios al uso sean meramente economicistas y no profesionales.
La medicina de bajo coste pasa por una profunda revolución de la atención primaria liberando a los médicos de este nivel de las limitacione asitenciales que sufren y que limitan la asistencia hospitalaria saturándola. Los "medicos de cabecera" deben convertirse en lo que son y no en lo que han llegado a ser, burócratas de un sistema que debe reformarse en un momento como el presente, acuciado por la necesidad y próximo a su quiebra. Tal como se indica en un artículo del profesor Vicente Ortún la orientación del sistema sanitario hacia la Atención Primaria mejora la calidad, los resultados y contribuye a la satisfacción del paciente a la vez que contiene los costes.
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