El fallo hepático fulminante se define clásicamente como un trastorno de inicio súbito e intenso de la función del hígado, que se pone de manifiesto con ictericia, y es seguido de encefalopatía hepática, en ausencia de daño hepático previo. Es denominada también atrofia aguda amarilla.
El diagnóstico exige descartar enfermedad hepática previa y por otro lado, confirmar la presencia de signos clínicos y bioquímicos de insuficiencia hepatocelular grave como son la encefalopatía hepática y actividad de protrombina inferior al 40%. El proceso diagnóstico ante un posible cuadro debe incluir historia clínica detallada, indagar exposición a tóxicos, a fármacos o antecedentes de exposición potencial a virus, una exploración física cuidadosa; exploraciones complementarias de laboratorio y estudios de imágenes para ayudar a excluir cirrosis y establecer la etiología de la enfermedad.
El papel de la biopsia hepática es limitado, ya que a menudo es problemática en vista de la inestabilidad hemodinámica y la coagulopatía asociada.
El edema cerebral y la hipertensión intracraneal se encuentran entre las complicaciones más graves. Se debe sospechar edema cerebral en pacientes con encefalopatía hepática progresiva; aunque es rara entre aquellos con grados I o II, su incidencia es de 25% a 35% con grado III y tan alto como 65% a 75% con encefalopatía hepática grado IV. Se necesita un alto índice de sospecha, porque los pacientes pueden no presentar características clásicas incluyendo dolor de cabeza, vómitos, bradicardia, hipertensión arterial, visión borrosa, edema de papila, reflejos enérgicos y rigidez de descerebración.
La presión se mide a menudo para tener un parámetro objetivo para ayudar en el manejo y el pronóstico. Aunque los principales centros de trasplante en los Estados Unidos tienden a emplear la medición de la presión intracraneal, no hay estudios aleatorizados o directrices de consenso para apoyar esta práctica. Sin embargo, cabe destacar que la práctica de la medición de la presión cerebral en sitios donde no se cuenta con la tecnología o la experiencia suficientes para tal procedimiento, podría complicar la evolución del paciente, al agregar hemorragia cerebral.
Los pacientes con diagnóstico de fallo hepático fulminante deben ser manejados en una unidad que cuente con todos los recursos necesarios para su atención, incluyendo un programa de trasplante hepático. En este tiempo se realizará tratamiento específico en aquellos casos donde sea posible precisar la etiología. El éxito del trasplante hepático en el tratamiento de esta patología, ha hecho necesario que la predicción de la supervivencia sea particularmente importante para distinguir aquellos enfermos que van a requerir trasplante hepático de aquellos pacientes que no. El trasplante de hígado es necesario en todos los pacientes que tengan daño hepático irreversible; las contraindicaciones incluyen sepsis severa, insuficiencia cardiorrespiratoria, neoplasia extrahepática. Los resultados del trasplante son buenos, con una tasa de supervivencia a un año en torno al 85%.
Cada vez que aparece en televisión el pedido de un hígado para alguien, dicen que se trata de una hepatitis fulminante y una piensa en qué pudo causar una insuficiencia de ese calibre...y además, cómo no hubo ni un aviso y aparece eso de "fulminante"...
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