El personal sanitario ha de utilizar las herramientas adecuadas para abordar la valoración del anciano que presenta una situación de equilibrio inestable o fragilidad. Esa valoración que ha de ser personalizada precisa de una evaluación de su estado de salud, su funcionalidad, su salud mental y su situación social.
La fragilidad se define como una disminución progresiva de la capacidad de reserva y adaptación de homeostasis del organismo como consecuencia del envejecimiento, influenciada por factores genéticos y acelerada por enfermedades crónicas y agudas, hábitos tóxicos, desuso y condicionantes sociales y asistenciales. Esta debilidad comporta, a partir de un umbral determinado, una mayor vulnerabilidad del anciano delante de la enfermedad , un aumento del riesgo de deterioro funcional y la consecuente dependencia en el desarrollo de las actividades de la vida diaria, y en última instancia la muerte.
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